Sigo imparable con mi lectura
de Lobo Solitario y su cachorro, ese manga de Samuráis de los años setenta que
ha llegado hasta nuestros días en una edición de planeta bastante decente pero
en la que se echan de menos algunos extras (como sobrecubiertas, por ejemplo).
En éste cuarto tomo seguimos
con la tónica de capítulos auto conclusivos sin apenas continuidad (excepto en
un caso), capítulos que se podrían resumir en tener al protagonista contratado
para llevar a cabo un trabajo y verlo matando al objetivo. Sería un resumen
bastante malicioso, porque van ya cuatro tomos bastante grandes (casi 400
páginas) y no he tenido en ningún momento la sensación de repetición, y eso se
debe a que el autor sabe imprimir carácter a cada una de las situaciones,
haciéndola única y aportando algo al trasfondo (ya sea de la época o añadiendo
carga dramática a los personajes).
Me empieza a fascinar la
figura del niño, ese chaval de tres años que ve a su padre matar sin parar a
cambio de dinero, cómo ve él la vida. Un personajazo que tiene un gran momento
durante una historia en la que sale un perro, simplemente buenísima.
En lo referente a capítulos
con consecuencias, aquí tenemos la introducción de las armas de fuego, un par
de herramientas más para el protagonista en su camino al infierno que le
sacarán ya en éste mismo tomo de un par de apuros.
Cada vez estoy más convencido
de estar ante un gran comic, uno que juega perfectamente con el ritmo (y teniendo
casi 50 años ya tiene mérito no hacerse pesado en ningún momento) y que se toma
su tiempo para contarnos una historia de venganza.
Ganazas de comprarme el quinto
y leerlo.
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