Llegamos a la última saga
antes de lo que en televisión pasó a denominarse Dragon Ball Z, la última con
un Goku sin hijos.
Y básicamente lo que tenemos
entre manos es un torneo de las artes marciales, uno en el que sus rivales se
han entrenado mucho con tal de conseguir vencerle, pero en el que él sólo
parece tener un objetivo: ganar al hijo de Piccolo.
Es curioso lo rápido que pasan
los años en éste manga, tres añitos desde la última saga, lo que pone a los
personajes en la mayoría de edad y a Goku con un lógico estirón. Sigue teniendo
cara de niño, pero las formas de tapón sin piernas ya se han perdido del todo.
El torneo transcurre sin
demasiados contratiempos, sólo vemos la diferencia abismal entre Goku y los
demás. Eso sí, nos llevamos una sorpresa cuando nuestro protagonista se casa en
pleno torneo por no faltar a la palabra dada hace muuucho tiempo, un momento
gracioso.
Por lo demás, sólo vale la
pena destacar a un participante misterioso (Dios, que quiere encerrar a
Piccolo), algo que dura poco tiempo y que acaba precipitando el inevitable
combate entre los dos rivales.
Llama la atención que el
enemigo de Goku no demuestra una maldad tan asquerosa como su padre, dice cosas
malas, pero no mata a nadie y parece disfrutar del combate por el mero hecho de
tenerlo. Es como si de enemigos fueran pasando a rivales a medida que se
fostian.
El combate épico y muy
divertido finaliza el tomo, con la primera muestra de egoísmo de Goku: no
quiere matar a su rival para tener la oportunidad de luchar de nuevo en el
futuro.
Y salto de cinco años para el siguiente
tomo.
Me da la sensación de que
hemos perdido el sentido de la aventura y Toriyama ha decidido centrarse mucho
más en la faceta de los combates (algo que se verá cada vez más). El manga ha
perdido ya su inocencia, se está transformando en otra cosa, pero aun así sigue
enganchando cosa mala.
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