Me iba a esperar a que llegara
mi cumpleaños para pedirme el segundo y tercer volumen tochos de Los Muertos
Vivientes, pero el mono era tan alto que al menos el segundo me lo he tenido
que comprar ya.
Dicho volumen vuelve a incluir
cuatro tomos más finos, de los que llevan la serie más o menos al día, así que
siguiendo con la tónica que llevo hasta el momento hoy os reseñaré el quinto de
ellos (y el primero de los que se compone éste segundo volumen).
Éste número nos puede llevar a
engaño desde su inicio, ya que parece que se va a tratar de una historia en la
que los supervivientes se irán haciendo con la cárcel, descubriendo algunas
cosillas, afianzando según qué relaciones e incluso haciendo planes de futuro.
Pero en el momento más
inesperado ven cómo un helicóptero sobrevuela la prisión y se estrella a unos
cuantos kilómetros, cosa que hace que tres de los protagonistas decidan ir a
investigar. Y lo que era en un inicio una investigación ilusionante se torna en
algo macabro cuando son descubiertos por un grupo ajeno a ellos, un grupo que
les lleva hasta un pequeño pueblo regido por un hombre que se hace llamar gobernador,
un hombre que tiene muy claro lo que quiere y cómo conseguirlo.
Parece mentira lo rápido que
gira ésta serie hacia la violencia tanto física como psicológica sin previo
aviso, con unas escenas crudísimas y que nos presentan la primera gran
comunidad de supervivientes ajena a la de los protagonistas, con un líder muy
marcado y unas costumbres distintas.
Todo el tramo final de ésta
historia es increíble, de esos que te hacen querer seguir leyendo aunque se
acerque la hora de ir a dormir (y por suerte tengo otros tres tomos en
reserva!).
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