El lobo solitario y su
cachorro están a puntito de llegar al ecuador de su andadura en la estantería
de casa, concretamente llegan al noveno tomo en un gran estado de forma. Veamos
qué nos traen.
Éste volumen me ha dado la sensación
de tener historias un tanto más largas que las de los tomos anteriores. No sé
si es una percepción personal por llevar un tiempo sin acercarme a la obra,
pero el caso es que me ha parecido que incluía menos historias (pese a ser el
mismo tochal).
Las historias incluidas siguen
las pautas habituales: encargos recibidos por el padre que le van acercando
poco a poco a su objetivo como capítulos auto conclusivos que nos muestran más
cosas de un Japón feudal retratado de forma exquisita. Son historia que no sólo
nos cuentan alguna parte de la vida durante esa época, sino que pueden
detenerse en cosas como el comportamiento del niño o la resolución del padre.
Entre ellas me ha gustado especialmente una en la que el niño se queda en una
casa de mercaderes y convive con un chico algo mayor.
Y luego están las historias de
trama, aquellas en las que la lucha contra el enemigo es lo que ocupa el centro
de atención. Éstos acostumbran a traernos capítulos más épicos y luchas contra
varios rivales, pero es que no sólo pasa eso aquí. El autor consigue
presentarnos a un par de personajes recurrentes nuevos dentro de la familia
enemiga, dos personajes bien retratados y que prometen darnos grandes momentos
en el futuro.
Por lo demás tenemos lo de
siempre: un exquisito gusto para la narración, de esos reservados para los
grandes genios y que transmiten con página tras páginas sin letras. Un gustazo
total y absoluto.
Me queda mucho aún para
terminar la obra, pero ahora mismo me tiene atrapado (pese a su sencillez).
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